Accueil / Actualités / Es la bolita que nos dejan poner

Es la bolita que nos dejan poner

«Nos hemos acostumbrado a todo esto y lo damos por bueno en un silencio por no generar discordia o tal vez por miedo» afirma la protagonista

El pasado domingo sobre las siete de la tarde, con esa fresquita típica de León que en vez de invitarte a tomar algo parece que te empuja a buscar la mantita y el sofá, decidimos mi pareja y yo salir a estirar las piernas por la Calle Ancha. Qué optimismo el nuestro.

Aunque el cielo estaba azul, por el viento que soplaba, no era posible saber si era julio o finales de octubre.

Nos sentamos en una terracita (no diré cuál, por caridad cristiana y porque aún me dura el susto). El caso es que nos sentamos y pedimos algo sencillito: una caña para él, y para mí un café blanco y negro. Así, sin pretensiones. A ver, que no queríamos maridar un vino de 120 euros con foie de oca, solo queríamos un momento de “terraceo leonés” mientras observábamos a la gente pasear por la Calle Ancha. Un clásico en esta ciudad que cada día tienes menos que hacer.

Pocos minutos después de pedir, llega la caña, en copa Amstel que es como decir en copa “de las buenas”, pero de buena tenía lo justo: ni grabado, ni brillo, ni frescor, ‘ni ná de ná, de ná’. Una copa tan normal que si se la pones a tu abuela te pregunta si no tenías una más decente para la visita. Pero bueno, era cerveza, tenía espuma y estaba fría. Lo aceptamos. Tres euros .Venga, vale, es una terraza y la hostelería está pasando por un mal momento así que no vamos a criticar por pagar un poco más que las terrazas de esta calle están muy cotizadas.

Pero entonces llega el protagonista de esta historia, el protagonista de una tarde de julio con un biruji como el de otoño; con su ventisca y su chaquetita por si refresca, y entonces llega mi blanco y negro. O lo que aparentaba serlo porque, de entrada, me quedé buscando la bola, saqué incluso las gafas de presbicia para buscar mi bolita. Ya sabes, esa bolita de helado que corona el café y lo convierte en un capricho de verano, concretamente en mi capricho. Una bolita tan tímida, tan pequeña, tan efímera pero tan sabrosa y apetitosa a la vez que visualmente atractiva. Una lágrima de helado, un suspiro congelado, un “yo una vez fui bola pero no se sabe cuando ni como fui pues nadie me vio.”

Sí, eso fue lo que duró aquella bolita, nada y menos antes de convertirse en un charquito desangelado flotando sobre el café. Lo curioso es que no hacía calor, vamos no es que estuviésemos a 40 grados a la sombra. Era un día más bien desapacible como he dicho antes. Vamos, que si esa bolita se derritió tan rápido fue porque más que helado era la idea lejana de un helado. Más bien un holograma lácteo, una teoría cremosa sin materializar, un recuerdo fugaz en formato líquido.

Así que, como buena ciudadana que aún conserva un poco de dignidad (y porque 5 euros por eso me parecieron un insulto a la hostelería y a la física), le digo a la camarera con mi mejor sonrisa contenida: «Disculpe, pero esto… ¿la bola? ¿ Dónde está?».

Y ella, sin parpadear y con el aplomo de quien recita un dogma de fe, me responde: “Es la bola que nos dejan poner.”

¿Perdona? ¿Qué quién os deja? ¿La mafia del helado? ¿El sindicato de los postres? ¿El comité internacional de microbolas? ¿Dónde está mi bolita?
Perpleja con mis cinco euros. CINCO. Por un café con un adorno que se fundió antes de que me diera tiempo a pestañear. Si al menos la cucharilla hubiera venido con GPS para encontrar el helado perdido… pero no. Allí no había bola que valiera. Solo un charquito triste y una cuenta que dolía.

Lo peor es que nos hemos acostumbrado a todo esto y lo damos por bueno en un silencio por no generar discordia o tal vez por miedo a que mañana alguien te escupa en el café. A la “copa especial” que no es especial, al “precio de terraza” como si estuvieras en los Campos Elíseos, al “es lo que hay” que ya parece el lema nacional. Pero no, lo siento, no es lo que hay. Es la tomadura de pelo por la que pasamos porque a mí no me importa pagar pero pagar por calidad, si tengo que pagar por un café 5€, lo hago, pero también exijo calidad y buen servicio.

Y lo más triste de todo es que sales buscando un momento agradable, una charla, una risa, un caprichito… y vuelves a casa con la sensación de que te han robado el humor por 8 euros. Bueno, en mi caso, 5 por un fantasma de bola. Y encima sin calor, aunque esto último nada tiene que ver con el establecimiento.

Resumiendo; la próxima vez, me llevo mi café de casa y me planto en un banco. Si quiero bola, ya la pondré yo. Y que me la deje poner quien quiera.

La entrada Es la bolita que nos dejan poner se publicó primero en Noticias de León y provincia | Digital de León Noticias.