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Las pepitas de ORO en el río Eria de León

El secreto mejor guardado del río Eria en León

Hay ríos que simplemente atraviesan paisajes. Otros los transforman. Y unos poquitos, pero muy poquitos recogen el misterio de siglos sin decir una sola palabra, ese es el río Eria de León y la ruta del oro.

El río Eria

Este río, nace humilde en las estribaciones de La Cabrera y serpentea durante casi cien kilómetros por tierras del suroeste leonés, regando pueblos que parecen dormidos y valles que aún conservan el eco de un pasado legendario. Su curso es discreto, casi tímido a la vez que silencioso, pero entre sus aguas arrastra una historia que ni el tiempo ni el olvido han conseguido enterrar del todo, la Leyenda del Oro.

Bajo el agua, un secreto que reluce y brilla como el…

Desde los tiempos del Imperio Romano, el río Eria fue algo más que un río. Fue una promesa. Una ruta líquida hacia un tesoro escondido bajo las piedras. Los romanos, expertos en detectar riqueza donde otros solo veían tierra y caudal, estaba muy seguros de que este río tenía algo distinto a los demás. No construyeron minas, ni levantaron ciudades, se limitaron a seguir el curso del agua y extraer, pacientemente, el oro que venía con ella.

No hacía falta excavar ni explotar la tierra de forma agresiva porque el oro del Eria llegaba solo, traído por la corriente, atrapado en los remolinos, escondido entre los guijarros, legaba ese mineral que mueve parte del mundo.  Cada pepita era una pequeña victoria, una prueba más de que aquel rincón del norte tenía algo especial. Y lo más inquietante es que aún hoy, siglos después, el oro sigue apareciendo.  Cierto es que no a gran escala, no de forma ruidosa como en aquella época, pero sigue ahí en silencio. Como si el río todavía guardara parte del acuerdo que hizo con quienes supieron escucharlo. Como si cada destello dorado bajo el agua fuera una señal para quien se atreva a mirar con ojos antiguos.

Restos de una fiebre dorada

Aún hoy, con la calma de agosto o la melancolía del otoño, pueden encontrarse restos de aquella fiebre dorada. En algunos tramos del río se pueden observar señales, marcas en la roca, extraños cortes o acumulaciones que no parecen naturales. Son huellas, huellas que dejaron quienes removieron el lecho del río para arrancarle su brillo más íntimo, para quedarse con su riqueza secretos se llevaron con ellos.

La práctica del bateo, el oro entre los dedos

En la actualidad, el Eria sigue siendo un río de oro. Literalmente. La práctica del bateo buscar pepitas entre los sedimentos del fondo con una batea ha recuperado fuerza en los últimos años, especialmente entre curiosos, senderistas y viajeros con alma de explorador. No es una actividad para hacerse rico, dicen los veteranos, pero sí para entender el valor de lo diminuto.

Quien se agacha sobre la corriente, quien introduce la batea en el agua, quien filtra con paciencia barro, arena y guijarros, descubre que el oro no es solo metal. Es experiencia a la vez que tiempo en una gota. A veces aparece un brillo pequeño y casi imperceptible. Pero es un brillo real, tan real como lo fue para los romanos, para los campesinos que siguieron su ejemplo, y para quienes hoy siguen rastreando el lecho del Eria con la misma emoción de siempre.

Un paisaje que no se deja atrapar

Dejando un instante el oro en otro lugar, el Eria conserva algo todavía más valioso que es su magnífico paisaje. Este río atraviesa lugares como Truchas, Torneros o Castrocontrigo, pueblos donde el silencio no es vacío, sino memoria. Donde el bosque se abre para dejar pasar el sol en su amanecer y luego vuelve a cerrarse, como si quisiera proteger algo que no debe ser contado al llegar la tarde.

Las rutas de senderismo

Curiosamente este río Eria no aparece en las guías de lugares imprescindibles. No tiene grandes cascadas ni tramos espectaculares que atraigan multitudes. Lo que tiene es otra cosa. Una sensación de paz y sosiego que recogen un secreto, pero que aún no se ha revelado del todo

Estas rutas de senderismo no están diseñadas para turistas impacientes. Son caminos para andar muy despacio, para pasear, para mirar sin prisa, para detenerse a escuchar el agua golpeando las piedras. Son rutas para escuchar a la naturaleza porque según cuentan los que más las conocen, si logras pararte, sentarte mientras cierras los ojos con mucha calma y tranquilidad, podrás escuchar donde está escondido el oro.

rio eria

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